Para matar la ignorancia

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Cuba se convirtió en una de las primeras naciones en erradicar completamente el analfabetismo.


9 de agosto de 2024 Hora: 17:29

Juan David es un ejemplo, no más. Desde la Universidad Autónoma Latinoamericana de Medellín, Colombia, donde estudió Derecho, recuerda que con solo seis años comenzó a mendigar.

El dinero no era suficiente para mantener a sus hermanos, Fernando, con tres años y María, de uno; con una madre casi ausente y los padres fuera de sus vidas, los pequeños lo esperaban todos los días para poder comer. Por eso se hizo “reciclador”, el eufemismo que utilizan para definir a los niños que trabajan en los vertederos.

Trabajó en un basurero buscando cartón, plástico o metales que tuvieran algún valor económico. La infancia lo abandonó tempranamente, como a los 160 millones de niños y niñas del mundo que actualmente deben “buscárselas” para vivir, cuando deberían estar jugando o camino a una escuela.

En América Latina, igual situación afecta a 8.2 millones de niños y adolescentes, desde los cinco hasta los 17 años, de acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). Cerca de un 33 por ciento son niñas y la mayoría son menores: adolescentes varones. El 50 por ciento de los niños realizan trabajos peligrosos para su salud, señala el reporte.

“Hace poco me encontré con mis compañeros de la infancia y me sorprendió ver cómo muchos de ellos están metidos en la droga. Se asombraron cuando me vieron porque pensaban que había muerto, como les ha ocurrido a muchos de ellos” (…) “Se extrañaron cuando les expliqué que mi vida había cambiado y que, incluso estaba estudiando en la Universidad”.

Juan David dijo la periodista Sánchez Margallo que en 2007 fue localizado por el coordinador de “Derecho a Soñar”. Fue gracias a Juan Carlos Reigota, quien lo llevó a estudiar a la Ciudad Don Bosco, de los Salesianos, donde insisten en el restablecimiento de oportunidades para niños y niñas en estado de vulnerabilidad. Allí se hizo Bachiller, también pasó un curso de Formación Automotriz y consiguió trabajo.

El derecho humano de educarse condiciona su propia determinación de que, “podía seguir estudiando, porque tengo mucho que dar a los niños de la calle en Medellín”. Pero este es solo un ejemplo.

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Pan para hoy

La utopía manifiesta de las Naciones Unidas en su Agenda 2030, lleva el retraso que impone la pandemia, las crisis sucesivas y el egoísmo de muchos.

El Secretario General de la Conferencia Sindical Internacional -(CSI, más conocida como ITUC, por sus siglas en inglés)- Luc Triangle, declaró: “El mundo ha hecho la promesa a los niños y a las niñas de poner fin al trabajo infantil para 2025, como se establece en la meta 8.7 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)”. Sin embargo, es letra muerta ante los rostros de la pobreza infantil, la mayoría de los cuales ni siquiera saben leer.

La realidad es que hubo un aumento de casi 9 millones de niños trabajadores en los últimos cuatro años, tras los efectos de la Covid-19, unido a las crisis, los desastres naturales que ponen en riesgo a las poblaciones más vulnerables, según un nuevo informe conjunto de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y Unicef.

A nivel mundial se calculan unos 79 millones de niños de cinco a 17 años que realizan un trabajo peligroso. Asimismo hubo un aumento sustancial de la cantidad de niños de cinco a 11 años vinculados a alguna labor y no disponen de una cobertura de protección social esencial. Un 70 por ciento de los casos de trabajo infantil trabajan en el sector agrícola, otro 20 por ciento en los servicios y un 10 por ciento en industrias.

El trabajo infantil en zonas rurales es casi tres veces más frecuente que en zonas urbanas, como tendencia mundial. En América Latina y el Caribe, el 49 por ciento se encuentra en el sector agrícola y el aporte económico representa cerca del 10 por ciento, para cubrir las necesidades de una familia empobrecida.
Partimos de que no está escolarizado el 28 por ciento de los niños de cinco a 11 años y el 35 por ciento de 12 a 14 años. Muchos de estos infantes dedican 21 horas semanales, o más, a las tareas domésticas. En nuestra región geográfica, algo menos del 50 por ciento de los que participan en el trabajo infantil, lo hacen en el ámbito familiar. Al ser un ambiente privado, el trabajo infantil agrícola y el doméstico, se mantiene oculto en el marco de la familia.

Los niños trabajadores sufren lesiones, enfermedades crónicas y discapacidades por las tareas pesadas y la exposición a sustancias tóxicas que afectan su crecimiento. También los perjudica la falta de sueño que causa ansiedad y afecta al sistema inmunológico del menor.

Es un hecho el círculo vicioso intergeneracional de pobreza y trabajo infantil. Según la definición de la Organización Mundial del Trabajo (OIT), «todo trabajo que priva a los niños de su niñez, su potencial y su dignidad, es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico”.

Pilar Rodríguez, coordinadora de la Iniciativa Regional América Latina-Caribe Libre de Trabajo Infantil, una alianza de 31 países, organizaciones empresariales y sindicales, la OIT y otros asociados, insiste en ello. “Sacar a un niño o una niña de un trabajo en el mercado, solo hace que otro tome su lugar”, porque lo que hay que resolver son las causas que lo propician.

«Generar empleo decente para las personas adultas, con salarios dignos que les permitan mantener a sus familias, para que los niños no trabajen. Lograr que haya educación gratuita y de calidad para todos los niños y niñas, para que puedan terminar la educación secundaria obligatoria, con programas de retención escolar, becas, alimentación en las escuelas, tutorías de refuerzo, entre otras cosas” (…) “Programas de protección social, que incluyan viviendas sociales. Es decir, ampliar la justicia social, para terminar con la desigualdad socioeconómica. Es necesario avanzar en eso para reducir el trabajo infantil”, sostiene. «Sin esfuerzos de los gobiernos y de los actores sociales, no se logrará».

La pobreza en América Latina es un gran desafío. «Tiene causas estructurales, como por ejemplo, el trabajo informal, salarios que no permiten vivir dignamente, y la falta de viviendas accesibles para un gran número de la población, que vive en condiciones de vulnerabilidad social”.

Un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) del 2023, indicó que el número de personas empobrecidas llegó a los 186 millones en 2016, es decir, el 30,7 por ciento de la población, mientras que la pobreza extrema afectó al 10 por ciento de la población, cifra equivalente a 61 millones de personas. Después vino la pandemia y la agudización de la crisis económica, de la cual tantos países y habitantes no han podido levantarse.

A largo plazo, la falta de educación escolar hará que el ingreso económico familiar se reduzca en un 25 por ciento. O sea, es pan para hoy y hambre para mañana.

Otra forma de esclavitud

El analfabetismo es un mal social que aún azota a 750 millones de seres humanos. Ni Europa queda al margen. En Calabria, la «punta» de la península con forma de bota del país, casi la mitad de la población no sabe leer ni escribir.

«Si el siglo XIX puede enorgullecerse de haber abolido legalmente la esclavitud, el siglo XX debería consagrarse a suprimir esa otra forma de esclavitud que es el analfabetismo», dijo en 1949, Jaime Torres Bodet, escritor mexicano y Director General de la Unesco de 1948 a 1952.

La lucha contra “esa otra forma de esclavitud”, figuró de manera prominente desde la fundación de la Unesco en 1945. Al término de la Segunda Guerra Mundial, ese flagelo afectaba al 44 por ciento de los adultos del mundo. En algunos estados como Malawi, en el sureste de África -antiguamente conocido como Nyasalandia- sobrepasaba el 90 por ciento.

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Aplicación del método «Yo sí puedo» en Haití. Foto: Cubadebate

Aunque se han logrado progresos considerables, en la era de la tecnología aparecen nuevas formas de analfabetismo. Los logros de aprendizaje se ven amenazados por serios retrocesos –también como consecuencia del impacto de la pandemia- por lo que la región no logró mejorar en las áreas de lectura, matemáticas y ciencias, lo que sí había ocurrido entre 2006 y 2013.

Por ejemplo, más de la mitad de los jóvenes en América Latina y el Caribe no alcanzan los niveles de suficiencia requerida en capacidad lectora, cuando concluyen la educación secundaria. En total, hay 19 millones de adolescentes en esta situación. «Que haya niños que no tengan las competencias básicas, cuando se trata de leer párrafos muy sencillos y extraer información de los mismos, yo lo consideraría como una nueva definición de analfabetismo. En el mundo de hoy tener un nivel mínimo de alfabetización, ya no es poder leer tu nombre y poder escribir algún hecho de la vida cotidiana», dijo Silvia Montoya, directora del Instituto de Estadísticas de la Unesco.

El mapa de la educación aún muestra el estigma de escandalosas desigualdades. La mayoría de los 763 millones de adultos analfabetos del mundo, son mujeres y 250 millones de niños aún carecen de las capacidades básicas de cálculo y lectoescritura. Sin educación, el cambio es imposible.

De los aproximadamente 1.600 millones de individuos que viven en condiciones de pobreza, más de la mitad son analfabetos y el dato tiene algunos años. Aún se les niega el derecho a crecer a través de la enseñanza, esa herramienta clave para crear sociedades democráticas e inclusivas.

Un fenómeno complejo que refleja la relación de los contextos educativo y social de los países latinoamericanos y caribeños, indica que de las más de 662 millones de personas que la habitan, cerca de 35 millones de hombres y mujeres mayores de 15 años no saben leer ni escribir.

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Esta metodología también se ha aplicado con significativos resultados en Panamá.

Puedo aprender

El alcance de la Educación Popular en Latinoamérica aumentó gradualmente hasta llegar al nivel de la formulación de políticas participativas. Su impacto se hizo sentir en organizaciones comunitarias, movimientos sociales, procesos de aprendizajes nacionales y regionales.

Ahí está la herencia de Paulo Freire (1921-1997), un pedagogo y filósofo brasileño, que representó a nivel mundial la pedagogía crítica de orientación marxista. Reconocida por sus aportes a la comprensión del proceso evolutivo de adquisición de la lengua escrita, también está la huella de Emilia Ferreiro (1937-1923) destacada psicóloga, escritora, y pedagoga argentina (radicada en México), entre otras destacadas figuras latinoamericanas, en ámbitos de la educación y la alfabetización de adultos.

El Instituto Pedagógico Latinoamericano y Caribeño (IPLAC) de Cuba desarrolló la metodología de alfabetización “Yo sí puedo”. Hasta el 2021, a través de este método se han alfabetizado a 10.611.282 personas, en 33 países.

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Leonela Reyes, creadora del método «Yo sí puedo», con Hugo Chávez en Caracas.

La iniciativa conocida a nivel mundial fue puesta en marcha el 2003, adoptada en mayor o menor medida por 13 países latinoamericanos (Bolivia, Paraguay, Brasil, República Dominicana, Perú, Nicaragua, México, Honduras, Ecuador, Argentina, Haití y Venezuela).

El método cubano “Yo sí Puedo” fue merecedor del Premio Alfabetización de la Unesco, ‘Rey Sejong’ en el año 2006, basado en su contribución a la enseñanza de la lectura y la escritura. El galardón establecido en 1989, con el apoyo del Gobierno de la República de Corea, presta especial atención a la alfabetización en la lengua materna.

Se trata de una metodología económica y flexible, por su capacidad para ser adaptado a cualquier país o comunidad. Su factibilidad se basa en que genera correspondencia entre letras y números. También pueden ser utilizados la radio y la televisión, a modo de instrumentos de aprendizaje fundamentales y contempla un programa de post-alfabetización, conocido como “Yo sí puedo seguir”.

Ha llegado a países de América Latina y el Caribe, África, Oceanía y Europa. Está disponible en varios idiomas y dialectos, en sistema Braille destinado a personas ciegas, así como para individuos sordos y con problemas intelectuales leves. Al acumular 20 adaptaciones, el programa ha beneficiado a comunidades indígenas de Australia y Mozambique.

La aplicación del sistema pedagógico cubano, permite alfabetizar en siete semanas y lograría erradicar el analfabetismo, con solo la tercera parte del fondo que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) destina a esos fines.

Para aprovechar mejor las potencialidades de las Tecnologías de la Información y la Comunicación, apuesta por la alfabetización digital. Se ha actualizado en función de aplicar el “Yo, sí puedo” en dispositivos móviles y en las redes sociales.

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Leonela con Fidel Castro durante un encuentro en La Habana.

Surgido a partir de una idea del líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro para desarrollar un método de enseñanza de las letras a partir de los números, fue concretado con la guía de la doctora cubana en Ciencias Pedagógicas, Leonela Relys Díaz (1947-2015).

La cartilla de alfabetización “Yo sí puedo”, surgió el 28 de marzo de 2001 a partir de la anécdota que Fidel le narró a Leonela, sobre su niñez en Birán. Le comentó que los campesinos analfabetos que conoció, no sabían contar, pero asociaban el número de los billetes con las imágenes que traían.

Actualmente el Ministerio de Educación de Cuba colabora con más de una decena de países, a través de 290 profesionales, en asesorías a las autoridades de educación y la docencia, en diferentes niveles pedagógicos. Cuba ofrece esta útil herramienta para los alfabetizadores, al servicio de la nueva estrategia de la Unesco.

Es una tradición, la profunda raíz popular de la educación en Cuba. Por esa necesidad, la Revolución colocó los programas educacionales, culturales y científicos en el vórtice de las aspiraciones del pueblo. Estas premisas dieron lugar a cambios profundos en la educación y la cultura, fundamento de la Campaña de Alfabetización iniciada en enero de 1961.

Inicialmente se crearon 10.000 nuevas aulas, subieron a las montañas 3.000 maestros voluntarios, convirtieron los cuarteles militares en escuelas, se derrumbaron las estructuras organizativas de la dirección docente del capitalismo y se nacionalizó la escuela privada.

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Alrededor de 300.000 cubanos se convirtieron en alfabetizadores. Foto: Bohemia

Fue una gesta heroica la erradicación del analfabetismo y el acceso universal a los distintos niveles de educación de manera gratuita. La tarea anunciada el 29 de agosto de 1960, tuvo su antecedente en el propio Ejército Rebelde. Fue en la graduación del primer contingente de Maestros Voluntarios, cuando Fidel dijo: “El año que viene, vamos a librar la batalla contra el analfabetismo. El año que viene tenemos que establecernos una meta: liquidar el analfabetismo en nuestro país”.

Un millón de analfabetos fueron instruidos con el concurso del esfuerzo popular de 300.000 cubanos, entre los cuales estaban más de 100.000 estudiantes brigadistas Conrado Benítez; 121.000 alfabetizadores populares; 35.000 maestros integrados como dirigentes y especialistas; 15.000 obreros agrupados en las brigadas “Patria o Muerte” y un sinnúmero de trabajadores.

El 22 de diciembre de 1961, los jóvenes alfabetizadores respondieron en la Plaza de la Revolución: ¡Fidel, dinos qué otra cosa tenemos que hacer! Se había ganado una batalla inédita contra la ignorancia.

Otra forma de ver la vida

Al explicar la experiencia de la campaña de alfabetización (1961), Fidel expresó en el I Congreso Mundial de Alfabetización realizado en 2005: “[…] enseñar a leer y a escribir a todo el mundo era la única forma de liquidar el otro analfabetismo terrible, el analfabetismo político, pues solo un mundo alfabetizado podía ser capaz de adquirir esa cultura política, sin la cual ningún mundo mejor sería posible”.

El nivel de escolaridad promedio de la población, en 1958 era de 3 grados. La Unesco envió especialistas para verificar los resultados de la Campaña, a solicitud del Gobierno cubano. En su informe expresaron: “La Campaña no fue un milagro sino una difícil conquista, lograda a fuerza de trabajo, de técnica y de organización”.

Después continuaron los programas educacionales, atendiendo a una verdadera ansia por aprender. Libraron batallas por el sexto y el noveno grados, también un plan de becas nacional y en el extranjero, contribuyeron a los trascendentales cambios sociales.

La generación de alfabetizadores, ha estado en la vanguardia de múltiples tareas sociales. Definitivamente fue un hecho educacional y cultural, creador de conciencia revolucionaria.

“Hoy gané»

Nueve jóvenes internos en una cárcel de Argentina, escribieron el libro «Entre mandarinas y tumbas», en 2016.

Cuatro de los autores aprendieron a leer y a escribir con el programa cubano de alfabetización «Yo sí puedo» y un ejemplar de esa edición llegó desde Rosario, la ciudad argentina donde nació el Che Guevara, hasta Cuba. Fue dedicado especialmente a Fidel por su 90 cumpleaños: «Feliz cumpleaños, Fidel. Gracias por el ‘Yo sí puedo’. A su tiempo toda semilla da fruto».

El libro fue escrito mientras cumplían la condena en la Unidad Penitenciaria de avenida Francia al 5000, en Rosario, donde muchos de los reclusos son jóvenes, pobres y víctimas de las políticas neoliberales.

«Entre mandarinas y tumbas, algo que para muchos no significa nada, pero para los de este lado, representa el postre y la comida. En esta época del año son las mandarinas las que traen en abundancia, algunas dulces, otras amargas… La tumba, ese alimento que te traen día a día para mantenerte vivo, aunque algunos por dentro están muertos».

Los voluntarios para enseñar a leer y escribir, asistían a la penitenciaría una vez por semana, durante dos horas. El programa duró unos cuatro meses, con la colaboración de un asesor cubano. Entre los primeros 18 graduados de la Penitenciaría de Rosario, siete no poseían cédula de identidad y uno de ellos, que ni siquiera tenía nombre, lo llamaron Juancito. Dieron a conocer a la periodista cubana, Rosa Miriam Elizalde.
Uno de los alfabetizados, autor del libro, se presenta. «Mi nombre es Iván Ezequiel Galarza. Muchos no me conocen. Siempre fracasando, hoy gané».

“La ignorancia mata a los pueblos, y es preciso matar a la ignorancia”. José Martí

Autor: Rosa María Fernández